martes, 17 de marzo de 2009

La firma del pintor, único trazo figurativo, se ancla a la realidad mientras los colores proponen una subjetividad por cada mirada que se reposa en la tela. El abstracto es una provocación, inventa la existencia de un objeto en el cual cada subjetividad tiene la razón. Todas las interpretaciones son válidas, la mirada ha materializado las apariencias en color.
En lo figurativo, la carga de realidad nos invita a presenciar sugerencias vivas o inertes, retratos, naturalezas muertas, alegorías. El abstracto, aparenta una cosa viva, orgánica, es algo que se invierte en nosotros en forma de impresión y se queda en la retina haciendo parte de nuestro patrimonio y de nuestros recuerdos.
Se trata muchas veces de un mundo que significa sin signos. Lo que hay en el abstracto es eso humano que forma la cultura y las formas de civilización. La cultura de lo abstracto parte de la experiencia y, gracias a la subjetividad, se ordena en nuestros sentidos para de allí crear ese concreto de colores y formas, tensiones y lenguajes que forman, en el placer de ver, una libertad sin normas.
El abstracto se desplaza del color (que es una forma de figura) hacia superficies que han adquirido sentido a causa de la intensidad de registro. Intensidad de registro de una experiencia de la luz. No se trata de darle luz a un objeto particular sino de hacer de la luz un objeto con vida propia.
Las alegorías de lo abstracto En ciertos rituales curativos, el maquillaje sobre el rostro no tiene la finalidad de resaltar los rasgos sino el de ocultar el rostro. Esa pintura no quiere figurar sino promoveruna abstracción, es mancha o impresión que vela lo de adentro ; de esa manera se crea un movimiento de lo real entre lo visible y lo que lo hace imperceptible. La curación se produce, sabiendo que algo la ha motivado sin tener conciencia cierta de qué cosa fue.